El debate sobre tecnología climática ha protagonizado una conferencia sobre sostenibilidad celebrada en Londres a principios de abril. En ella, proveedores de tecnología y grupos de presión ecologistas se han centrado en los objetivos de descarbonización, una ambición que se enmarca en el acuerdo climático de París de 2015.

Matt Brittin, presidente de Google para Europa, Próximo Oriente y África, ha hecho hincapié en la sostenibilidad de la IA de su empresa, mientras que Ana Paula Assis, directora general de IBM en Europa, ha afirmado que la tecnología es clave para la informática verde.

Pero lo que ha ocupado el centro de este debate sobre informática sostenible es la nube, que permite a las organizaciones minimizar el consumo eléctrico in situ mediante el traslado de las cargas de trabajo a servidores virtuales.

Matthias Rebellius, director general de Infraestructuras Inteligentes de Siemens, ha explicado que su empresa trabaja en la ampliación del software en la nube a fin de “gestionar la elevada complejidad de la generación descentralizada de energía”, mientras que Google Cloud ha prometido que sus instalaciones alcanzarán el objetivo de carbono cero en 2030.

Al tiempo que las organizaciones abordan el impacto medioambiental de sus operaciones, la firma de analistas Gartner pronostica que las emisiones de carbono generadas por los hiperescaladores serán un factor determinante en las decisiones de compra de los consumidores.

Transición hacia la sostenibilidad
Roy Illsley, analista jefe de Omdia, ha declarado a Mobile World Live (MWL) que las conversaciones sobre la sostenibilidad de la nube abarcan un número cada vez mayor de matices.

Antes de que la ONU pusiera en marcha un tratado destinado a reducir drásticamente las emisiones de carbono para 2030, la adopción de la nube en las empresas estaba impulsada por la necesidad de eliminar los costes vinculados a la ejecución de cargas de trabajo en las instalaciones.

Illsley explica que “el principal motor de la nube no ha sido la sostenibilidad, sino la agilidad. La sostenibilidad ha sido un subproducto del uso de la nube, que los proveedores han descubierto y han promocionado como factor de atracción”.

Añade que el valor ecológico de la nube no se reduce a su eficiencia energética y que las empresas “deben valorar los recursos informáticos en su conjunto, de manera holística”, y que ello incluye la manera en que los proveedores construyen y gestionan los centros de datos. La reciclabilidad del hardware también es un factor de sostenibilidad.

En 2022, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) informó de que el sector de las TIC suponía más del 2% de la demanda mundial de energía, al mismo nivel que las emisiones generadas por la industria de la aviación.

Illsley señala que “a medida que la nube se hace más accesible, consumimos más, y su impacto en la emisión de carbono se vuelve mayor. Así que ese es uno de los impactos obvios que tendrá la nube si sigue creciendo”. Así mismo, destaca que debería prestarse más atención a la construcción de centros de datos, que consumen mucho carbono.

Nubes soberanas
Como las grandes firmas estadounidenses dominan la economía de la nube, y Estados Unidos promulgó en 2018 la directiva Cloud Act que permite a los proveedores acceder a las bases de datos de los usuarios, Europa y China también han aprobado leyes que exigen una protección más estricta de los datos recopilados fuera de sus fronteras.

Según la publicación tecnológica CIO, las tensiones en torno a la autoridad de datos han dado lugar a lo que ahora se denomina nube soberana, que garantiza que todos los datos permanezcan en un territorio nacional determinado e impide en toda circunstancia el acceso a estos desde el extranjero.

Illsley argumenta que esto podría poner en entredicho las ambiciones ecológicas de la industria de nubes: “[La nube soberana] implica que, casi con seguridad, se necesitará un centro de datos local en cada país… ahí entra en juego una dinámica distinta.”

Y añade que “la adopción de la nube puede ser beneficiosa para las emisiones de carbono, pero si un país como Omán dice: ‘quiero que se construyan centros de datos en Omán’, la construcción de estos costará carbono, aunque cabría la posibilidad de conectarse a un centro de datos ya existente y utilizarlo. Creo que en el ámbito de la política se están moviendo muchas cosas que pasarán al primer término y también van a afectar a las nubes.”

Es probable que los mercados emergentes de Próximo Oriente y África subsahariana también deban hacer frente a los retos que plantea la construcción de centros de datos a gran escala.

Illsley añade que “el uso de millones de litros de agua en la refrigeración de los centros de datos no es respetuoso con el medio ambiente ni sostenible, pero ahí es donde entran en juego nuevas tecnologías como la refrigeración mediante inmersión en líquido”, y señala que dicho proceso será más complejo y caro que edificar instalaciones en el Ártico, como han venido haciendo las grandes firmas que se dedican a la nube.

Y en el caso de las nubes soberanas impulsadas por los gobiernos locales, estas podrían carecer de recursos para adoptar innovaciones tecnológicas climáticas de vanguardia.

Liderazgo climático
James Sanders, analista principal de nubes e infraestructuras de CCS Insight, afirma en declaraciones a MWL que “una mayor adopción de un conjunto de fuentes de energía sostenibles es necesaria en todos los ámbitos y no sólo en los centros de datos”.

Ha destacado la enorme escala requerida por los centros de datos, que podría deparar una oportunidad para que los proveedores “prueben innovaciones en energía sostenible”, y ha añadido que los reactores modulares pequeños, que producen electricidad baja en carbono, son una posible alternativa.

De hecho, los gigantes tecnológicos han asumido compromisos exigentes con el medio ambiente. Microsoft afirma que alcanzará el objetivo de carbono cero en sus operaciones en 2030, AWS cuenta con alcanzar objetivos de cero emisiones netas en 2040 y Google promete operaciones con carbono cero durante las 24 horas de los 7 días de la semana.

Pero los críticos sostienen que las grandes firmas que se dedican a la nube deberían dedicar una mayor atención a las emisiones ocultas que se producen indirectamente a lo largo de toda la cadena de valor. Según Deloitte, estas podrían suponer más del 70% de la huella de una organización.

Sanders añade que “los proveedores de nubes públicas exigen constantemente que se incremente la transparencia en los informes medioambientales, y dicha exigencia se equilibra con la creciente necesidad de sus clientes de proporcionar una información más detallada sobre las emisiones”.

Bloomberg aseguraba hace poco que las emisiones vinculadas a la computación en la nube no se contabilizan de manera adecuada. Su fuente, Adam Turner, responsable de sostenibilidad digital del Gobierno británico, afirma que los hiperescaladores suelen mostrarse remisos al informar sobre sus emisiones indirectas de carbono cuando la autoridad les solicita datos.

A largo plazo, iniciativas tales como las calculadoras de carbono con las que el usuario puede efectuar un seguimiento de las emisiones, la programación inteligente en materia de carbono y las inversiones en investigación sobre energías renovables deberían volverse más frecuentes.

Esto podría contribuir en gran medida a convencer tanto a los consumidores como a las autoridades de que la nube ecológica no es una mera fachada publicitaria.

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