Casi todas las personas que disponen de acceso a Internet conocen y utilizan las redes sociales. Aunque no gusten a todo el mundo, parece que en el prisma digital en el que vivimos ya no son una mera afición, sino una necesidad de conectar, de compartir, de encontrar información.

Pero ¿qué ocurre cuando desaparecen? ¿Y qué ocurre cuando nos vuelven infelices? ¿Es posible desengancharse de ellas en pleno siglo XXI? ¿Qué papel tienen en la formación de nuestras opiniones y emociones?

Estas son algunas de las preguntas que me pasan por la cabeza a la luz de los acontecimientos recientes, sobre todo los relacionados con Facebook (rebautizada hace poco como Meta), entre los que destacan la mayor caída de servicio de toda su historia y las acusaciones de incapacidad para hacer frente a los contenidos nocivos en sus plataformas (un asunto también afecta a muchos de sus rivales).

Pienso que todos estos puntos nos ayudarán a formarnos una visión más amplia de las redes sociales. Son tantas las cuestiones que derivan de la ubicuidad de dichas plataformas, que resulta difícil centrar nuestra atención en un único problema y encontrar una solución sencilla que resuelva todos sus inconvenientes. En este artículo quiero tratar algunos de los problemas generados por las redes sociales en su estado actual de funcionamiento y buscar los métodos adecuados para resolverlos.

Adicción
La grave caída de servicio de Facebook a principios de octubre habría sido preocupante por sí misma, pero aún resultó más alarmante constatar la dependencia de los usuarios respecto a una empresa y sus servicios. Fue dicha circunstancia la que llevó a Margrethe Vestager, vicepresidenta de la Comisión Europea, a reclamar alternativas a dicha empresa.

En declaraciones a Mobile World Live, Jarad Carleton, director de investigación sobre Ciberseguridad de Frost & Sullivan, ha comparado el uso de las redes sociales con la adicción a sustancias, porque dichas plataformas producen “pequeños subidones de serotonina”. Por ejemplo, cuando una de nuestras publicaciones recibe un “me gusta”.

Carleton explica que “si examinamos una palabra tan connotada como adicción, a lo que ocurre cuando consumimos una sustancia, veremos que se está hablando de la química del cerebro. Pero cuando se hace clic sobre algo, o se publica algo, y se obtienen todos esos ‘me gusta’ y ‘compartir’, estamos hablando también de la química del cerebro.”

Nitesh Patel, director de estrategias multimedia en móviles de Strategy Analytics, explica que las redes sociales están concebidas para crear una “fuerte adicción”, porque proporcionan a las personas medios para conectarse y compartir, pero también se ocupan de que al usuario no se le escape “lo que sus contactos comentan o publican”.

Señala que otra causa de la elevada implicación son los algoritmos creados para mostrar contenido que, de acuerdo con el comportamiento anterior del usuario, captarán su interés.

Un estudio realizado en Estados Unidos por Strategy Analytics muestra que los usuarios pasan una media de 40 minutos diarios en aplicaciones como Facebook, Instagram, Snapchat y Twitter a través de sus smartphones. Tan solo los juegos móviles los superan.

Contenidos nocivos y responsabilidad
Aparte de que tengamos actividad en las redes sociales, ¿qué podemos decir sobre el contenido que encontramos en ellas?

Poco antes de la interrupción de los servicios de Facebook, se filtró una investigación interna de la empresa realizada por la ex empleada Frances Haugen. En apariencia, indicaba que la empresa se beneficiaba de la amplificación del malestar político y de los contenidos perjudiciales en sus plataformas.

Según Patel, las redes sociales favorecen la amplificación de comentarios y publicaciones negativos o insultantes. Por otra parte, la falta de “Me gusta” puede tener efectos perjudiciales sobre los usuarios de todas las edades y orígenes.

Con todo, el especialista asegura que la lucha contra conductas indeseables, con procedimientos tales como la eliminación de publicaciones ofensivas y el veto a usuarios, “implica muchas dificultades”, a causa del número de usuarios y el volumen de contenidos.

Carleton, de Frost & Sullivan, discrepa, y apunta a las prácticas de moderación de contenido en Facebook. Afirma que “se centran, en gran medida, en el mundo de habla inglesa”, que supone tan solo una pequeña fracción de los usuarios de la plataforma.

Entiende que, por ello, la autorregulación de las redes sociales ha resultado insuficiente e ineficaz.

Regulaciones y cortapisas al poder de las redes sociales
La pregunta que cabe formulamos a continuación es: “¿Qué podemos hacer para reducir el dominio de la plataforma principal de Facebook y de Instagram en el ámbito de las redes sociales, y a quién debemos encomendar dicha misión?

Patel ha ofrecido dos vías, una de las cuales consistiría en escindir la empresa y evitar que adquiera firmas competidoras.

Así, Facebook compró Instagram y WhatsApp para reforzar su dominio sobre la comunicación social y la participación en esta, y además “ha recurrido a tácticas de imitación para frenar a sus rivales”. Así, por ejemplo, se ha apropiado de las funcionalidades de Snapchat y ha lanzado Reels para competir con TikTok.

La firma “puede considerarse un monopolio, y entiendo que no se le permitirá la adquisición de competidores o empresas que operan en mercados relacionados, como Instagram y WhatsApp. Con todo, eso no le impedirá imitar a sus rivales.”

Otra de las opciones esbozadas por Patel es la aprobación de regulaciones más estrictas. Incluso el propio consejero delegado de Facebook, Mark Zuckerberg, las pidió en su momento.

Carleton ha insistido en que dicha regulación tendría que provenir de los gobiernos y aplicarse a escala mundial, igual que ya existe una regulación financiera contra el blanqueo de dinero.

“Es necesario un tratado internacional que regule esta materia”. Si, por ejemplo, las redes sociales se regularan por separado en la Unión Europea, sería “como agarrar un globo lleno de agua y aplastarlo. El agua fluiría hacia otra parte.”

Todo gran poder…
Es innegable que la empresa de Zuckerberg es líder en muchos de los segmentos de mercado en los que opera.

Con todo, es bien sabido que si una empresa adquiere un poder excesivo sus actuaciones más insignificantes suscitan recelos, y a menudo críticas de las instituciones y de los usuarios finales.

En buena medida, dependerá de los organismos reguladores el que se afronten los retos planteados por el funcionamiento de las redes sociales y se produzca un cambio que permita recobrar la confianza de los usuarios.

Sin embargo, por necesario que sea un enfoque común en las regulaciones, las actitudes de los individuos que consumen el contenido también es importante. Si nos volvemos conscientes del tiempo que pasamos conectados, elegimos las fuentes de información en las que confiamos y nos enfrentamos al contenido nocivo que encontramos en las redes sociales, nos acercaremos a una manera equilibrada de navegar por el mundo digital. En definitiva, tenemos que elegir por nosotros mismos en qué nos centraremos y cómo reaccionaremos ante ello.

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